- Con la a pandemia de COVID-19 y en medio de una contracción económica sin precedentes, los gobiernos del Norte se han visto obligados a abandonar partes del dogma de la política neoliberal de estos últimos 40 años para poder proteger vidas y medios de subsistencia.
- Sin una revisión más profunda de las reglas y normas multilaterales, la desigualdad persistirá, el mundo desperdiciará recursos financieros y no se podrá enfrentar el desafío de la crisis climática, incluso con el regreso del crecimiento.
- El mundo necesita una coordinación multilateral más eficaz. Sin ella, los esfuerzos de recuperación en los países avanzados serán perjudiciales para las perspectivas de desarrollo en el Sur y provocarán un aumento de las desigualdades actuales.
- Hasta 2025, los países en desarrollo se habrán empobrecido en 12 billones de dólares debido a la pandemia; la falta de implementación de las vacunas podría eliminar otros $1.5 billones de los ingresos en el Sur.
Alejarse sin vacilar de cuatro décadas guiadas por una fe absoluta en los mercados no regulados e infundir nueva vida a la cooperación multilateral exigirá transformaciones de políticas adicionales que vayan mucho más allá de los paquetes de rescate propiciados por la pandemia del COVID-19, según afirma la UNCTAD en su último Informe sobre el comercio y el desarrollo.
Los gobiernos de los países avanzados han respondido sin duda al impacto de la crisis de la COVID-19 y han redescubierto el poder de su bolsillo. Además, han hecho de la resiliencia, y no de la flexibilidad, la métrica de la recuperación. La crisis, no obstante, también ha sacado a relucir el elevado grado de fragmentación y fragilidad en el que ha quedado la economía global, así como el alcance del cambio de política para que la frase tan repetida de “reconstruir mejor” sea la clave definitoria de la recuperación postpandémica.
Muchos países en desarrollo, privados de la independencia para adoptar sus propias políticas económicas y sin las vacunas que en las economías avanzadas se dan por sentadas, se enfrentan a un ciclo de deflación y desesperación ante la posibilidad de una década perdida inminente. De aquí a 2025, los países en desarrollo se habrán empobrecido en 12 billones de dólares debido a la pandemia, según la UNCTAD. El mero hecho de no haber implementado una verdadera campaña de vacunación supondrá para los países del Sur una pérdida de ingresos de 1,5 billones de dólares, según algunas estimaciones.
“La recuperación mundial tras la crisis provocada por la pandemia no debe basarse únicamente en el gasto de emergencia, sino que debe adoptar y revitalizar el modelo multilateral del comercio y el desarrollo”, afirma Rebeca Grynspan. Según la secretaria general de la UNCTAD "solo un replanteamiento concertado de las prioridades suscitará la esperanza de abordar la desigualdad y la crisis climática que han caracterizado a nuestra era".
Al examinar las medidas de política en tres áreas clave del fomento de la resiliencia (reducir la desigualdad, contrarrestar el poder corporativo y reducir las emisiones de carbono) se observa que las economías avanzadas sin duda han dado pasos que cabe celebrar. Sin embargo, no tienen el peso específico que hubieran tenido otras medidas de apoyo coordinado más contundentes.
En enero de 1981, el presidente electo, Ronald Reagan, prometió a sus conciudadanos "un nuevo comienzo". Sin la intromisión del Estado y sin sus aflicciones económicas, emergería una economía vigorosa, más justa y más productiva. Su mensaje de que el Estado no era “la solución al problema”, sino “el problema”, se expandió por todo el mundo.
El Informe sobre el comercio y el desarrollo de la UNCTAD comenzó a publicarse ese mismo año y desde entonces no ha dejado de hacer un seguimiento del impacto de las políticas neoliberales. Desde entonces ha llovido mucho, pero las advertencias expresadas en el primer Informe han resistido la prueba del tiempo en sus aspectos fundamentales: la descoordinación de la economía mundial con su propensión a choques y crisis; el trato de favor de los acreedores respecto a los deudores; el dominio de los grandes productores sobre los pequeños; la acumulación de ganancias a expensas de los salarios; y la prioridad de los intereses de los países desarrollados sobre los de los países en desarrol
"En los últimos 40 años, hemos sido testigos del surgimiento de una economía rentista en toda regla que tiene un alcance global y además con una marcada adicción al endeudamiento, tanto público como privado", afirma Richard Kozul-Wright, director de la División de Estrategias de Desarrollo y Globalización de la UNCTAD.” La situación es aún peor, pues la desigualdad se ha convertido en una característica de nuestro mundo globalizado, mientras que el poder económico que ejerce un sector privado cada vez más concentrado erosiona la capacidad de respuesta de la autoridad pública".
Las crisis brindan, sin duda, una oportunidad para el cambio. Las últimas cuatro décadas han sido testigo de muchas crisis que culminaron con la crisis financiera global (CFG) de 2008-2009. Pese a los daños causados al empleo, el ingreso y el ahorro, los gobiernos no han logrado escapar de la influencia de unos mercados financieros no regulados, del poder de las empresas y de las personas extremadamente ricas. Si en el período pospandémico se repite este fiasco, por una combinación de factores como el endurecimiento fiscal, la dilución de las reglas del mercado laboral y la adopción de los acuerdos de comercio e inversión desequilibrados, aun cuando la política monetaria siga siendo flexible, las esperanzas de generar una expansión sostenida y equitativa seguramente se difuminarán rápidamente.
La economía mundial, aun cuando no se produzca otro colapso financiero, seguirá mostrando signos de abatimiento durante el resto de la década. Los países en desarrollo, en particular los de África y Asia meridional, serán los más afectados (cuadro 1).
Desde la crisis financiera global, se han inyectado 25 billones de dólares en las economías avanzadas, lo que las convierte de hecho en sujetos dependientes de sus bancos centrales. Antes de la pandemia, el resultado fue un crecimiento más lento y el auge de los mercados financieros (Gráfico 2). Cuando la pandemia estalló, los gobiernos agregaron grandes paquetes fiscales a su arsenal de políticas. Sin embargo, unos mercados financieros en expansión podrán ser una amenaza para la recuperación si su fobia a la inflación impera sobre la necesidad apremiante de respaldar la actividad económica real.
La crisis puede perder rápidamente su carácter global, ya que las economías avanzadas se revitalizarían después de unos bloqueos prolongados. Sin embargo, ese crecimiento solo expondrá la falta de cohesión del sistema multilateral. En el Informe se celebra el acuerdo sobre una asignación de DEG de 650.000 millones de dólares, al considerarse que ofrecerá cierto alivio. No obstante, será insuficiente para revertir la espiral descendente en la que se encuentran la mayoría de los países en desarrollo. En ellos la austeridad sigue siendo la política predeterminada que deben aplicar unos gobiernos sometidos a las presiones financieras del capital móvil y unos mercados implacables.
En cuanto a la salud, los planes COVAX y C-TAP no han podido movilizar los recursos necesarios entre los gobiernos y empresas del Norte. Muchos de ellos se han resistido a los llamamientos de los países en desarrollo para que renunciasen temporalmente a las reglas de los ADPIC en la OMC en apoyo a la producción local de vacunas.
La UNCTAD, como lo hizo hace 40 años, considera que una mayor coordinación de políticas es un requisito previo para reconstruir mejor después de una grave crisis mundial. Asimismo, considera urgente poner en marcha de manera conjunta acciones más audaces antes de que sea demasiado tarde. El Informe extrae varias lecciones de la crisis que podrían ayudar a fortalecer la ambición de los responsables de políticas a nivel nacional e internacional:
Los gobiernos no enfrentan restricciones presupuestarias como los hogares, pero no todos los gobiernos son iguales. Los países en desarrollo necesitan apoyo para ampliar su espacio fiscal.
Los bancos centrales son instituciones públicas autorizadas por el estado para crear crédito. La forma en que utilicen esa autoridad debería reflejar las decisiones de política pública que apuntan a un crecimiento equitativo.
La resiliencia, por tanto, es un bien público. Solo puede lograrse mediante inversión pública.
Las finanzas son demasiado importantes para dejarlas en manos de los mercados: los bancos públicos y una supervisión reguladora más sólida pueden generar un clima de inversión más saludable.
Reducir los salarios es malo para las empresas y peor para la sociedad; los salarios son una fuente fundamental de demanda, su crecimiento puede estimular la productividad y sustenta un contrato social sólido.
Una economía sana es una economía diversificada. La política industrial es importante para los países en todos los niveles de desarrollo. La pregunta no es si, sino cómo.
Una sociedad solidaria es una sociedad más estable y una buena política social debe ir más allá de ofrecer una categoría residual de redes de seguridad diseñadas para evitar que los que se quedan atrás caigan aún más.